El amor y el puerto de Cartagena
No es necesario que me ates en tu puerto, yo misma elijo ir a él y quedarme largo tiempo.
Desde él puedo ver el mar y disfrutar de su libertad. La brisa me da en la cara y me hace cosquillas al hacer bailar levemente mi pelo.
En él no me siento sola. No eres sólo tú, otra gente aparca en él, se queda un tiempo y se va. Es bueno disfrutar esa compañía.
El ondear de las olas recuerdan al amor que siento por ti, a la danza de emociones que invade mi mente al pensarte.
De ti surge un halo de luz que enternece todo aquello que te rodea, como impregnado de tu perfume.
Y una fuerza me atrae hacia a ti como si tiraran de mí de una fuerte cuerda, que me invita a mirarte sin parar.
Una parte de mi se apacigua con tu presencia, los problemas parecen lejanos y el panorama se muestra apacible.
Como en una tarde de verano entro en un profundo aletargamiento cuando con tus rayos me iluminas.
Y ese confortable calor me invita a ir a tu lado, cruzando una pasarela que parece llevarme a otro mundo.
Antes de cruzarla ya puedo notar la calidez que se desprende del ella y lo mucho que disfrutaré al recorrerla.
Estar contigo es como navegar en verano sobre el mar azul con la puesta de sol y el vaivén de las olas.
Los peces parecen nadar a nuestro alrededor con el único objetivo de hacer nuestra velada más hermosa.
A tu lado la vida es como el mar: embriagadora, inmensa, en un continuo e hipnótico fluir.
Como un paseo en barco cuando el mar nos hace saltar sobre las olas y la brisa acaricia nuestros rostros.
Y como una puesta de sol, llena de matices, colores y sinuosas siluetas que se perfilan en el horizonte.
En la bella arquitectura de tu amor me siento protegida del mundo de las desilusiones y de la intemperie.
Hasta las sombras parecen inclinarse ante la grandeza e integración del amor, rendidas.
El amor te hace entrar en un estado de contemplación que cambia de color tu mundo.
¿Te sientas conmigo a ver la puesta de sol?
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