Visita a la Aljorra

   Hoy nos desplazamos a La Aljorra con el principal objetivo de ver las fiestas del lugar y su desfile de caballos. Pero, como exploradores innatos que somos, no podremos evitar darnos una vueltecita por el resto del pueblo.

   De camino a las casetas nos encontramos una fuente que nos llama la atención. La pena es que no está encendida para refrescar el ambiente tan caluroso que re respira.


   A continuación nos paramos a ver el desfile de caballos en sí. Hay distintas carrozas y las mujeres visten con trajes andaluces.


    Lo siguiente que hacemos es dar una vuelta por la feria para ver las atracciones. Están apagadas, pues aún no es hora, pero sus colores le dan un aspecto mágico al lugar y su detenimiento un ambiente de abandono pintoresco.


    El payaso parece darnos la bienvenida con un gran cartel ¿Nos permitirá que subamos a uno de sus cochecitos? ¿O cuando nos dispongamos a hacerlo saldrán de ellos miles y miles de payasos sin fin?



  El Dragón nos trae recuerdos intensos de susto. Muchos de nosotros hemos sentido el miedo al subir en esa atracción cuando éramos pequeños. Su velocidad nos dificultaba la respiración y el que se atrevía a mirar al frente se podía considerar todo un valiente.


   El Zig-Zag era más suave. Te solías subir en ella sin ningún temor. Sin embargo, recuerdas que una vez, una sola vez después de tantas veces, te mareaste y viste como el suelo estaba tan vertical como una pared. Crees recordar que era una atracción nueva que superaba la velocidad de la que ponían todos los años.


   Nunca te subiste en la nube. Siempre pensaste que te daría demasiado miedo y que eras muy pequeña. Para cuando creciste, enseguida dejaste de montarte en las atracciones.


   Siempre creías que morirías de miedo si subías en la masa. Pero luego descubriste que pasar un rato con Hulk no mareaba, que era divertido y que a veces parecía que ibas a salir volando. Nunca sabías si daba más impresión cuando iba hacia adelante o marcha atrás.

   
   Algunas atracciones infantiles son demasiado nuevas, y las empezaron a poner cuando sobrepasabas la edad máxima, por eso nunca te subiste en ellas.


   Algunas de ellas son sólo copias de atracciones anteriores y lo único que cambia son los dibujos que la decoran, personajes más actuales o a la moda.


   El tren de la bruja siempre te resultó emocionante y gracioso, aunque nunca llegaste a conseguir la preciada escoba. Sin embargo lo pasabas bomba cuando otra persona lo conseguía.


   Algunas casas de Tickets eran más bonitas que las atracciones. Pareciera que viviese allí un duende y te gustaba fantasear que tomabas el té allí con tus amigos.


   Las carrozas eran una de las pocas atracciones a las que montabas en tu infancia, sobre todo cuando te apetecía un rato tranquilo después de la cena y del pánico de todo lo demás.


   Los coches de choque eran la fiebre de tus hermanos, primos y amigos. Sin embargo, aunque solías reírte, los fuertes impactos solían producirte dolor de cabeza.


   Nos alejamos del jolgorio imaginario para visitar un lugar más tranquilo y solemne. La iglesia. La cruz nos marca el camino.



Disfrutamos de sus formas, de sus esculturas que se asoman para bendecir al mundo, de sus ventanales y sus puertas de arco ojival. Nos detenemos a contemplar más detalladamente sus vidrieras y a leer sus placas.


    En la plaza de la iglesia hablamos con las flores de una en una para que nos cuenten cómo les está yendo la mañana. Las hay de varios colores.


   Blanco de pureza, tan propio para rodear un lugar sagrado. Rosa claro, derrochando inocencia y frescura.



    Hay también hermosas rosas que aportan como siempre una especial elegancia, como mujeres que portan vestidos rojos con volantes.



   Decimos un último adiós a la iglesia antes de marcharnos, contemplando sus pequeñas campanas, las que despiertan al vecindario.


  La parada del autobús nos espera para regresar a casa. Esperemos no tener que esperar demasiado al chófer.


¡Hasta la próxima!



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