Seguimos con las sombras...

¿Sabéis qué sucedió cuando el hombre pisó la luna? Me responderéis que dejó aquella famosa huella que aparece en todos los libros, o que clavó una bandera que probablemente se comió un extraterrestre después, pero seguro que no sabéis lo que vio desde allí. Al bajar de la nave, lo primero que hizo fue girar la mirada hacia la tierra. Sus ojos se abrieron de sorpresa, comenzaron a brillar. Aquel hermoso planeta suyo estaba rodeado de mariposas, mariposas rosas que revoloteaban con aparente regocijo. El observador quedó perplejo ante tan bello descubrimiento. Entonces las mariposas se alzaron en vuelo y ascendieron alto, muy alto, donde su vista ya no podía alcanzar. Cuando se fueron vio algo más sorprendente aún, que le estremeció. Una gran sombra observaba con minuciosidad la tierra, aunque no parecía que existiera en ella rostro alguno. Enseguida, la gran silueta, habiendo acabado su empresa, se marchó, caminando, con mucha, mucha calma. El hombre se volvió a sus compañeros sin aliento y, temblando, les ayudó a clavar la bandera. La sombra, por su parte, siguió su camino. Cuando llevaba un rato deambulando llegó al final del paseo. Con su enorme extensión atravesó la pared oscura y estrellada. Se abrió tras este telón un paisaje verde, azul, amarillo, violeta. Y en medio de ese arcoíris extenso había un río, un río verde, largo, que prometía llegar a algún lugar paradisíaco, celestial. Y la sombra se montó en una barca que había sido dejada en la orilla. Remando, volvió a alejarse. A los lados del río caudaloso había flores hermosas, de las que no se encuentran en la tierra. Había también animales y otros personajes, nuevos, extraños, pero todos ellos bonitos, mágicos, que transmitían gran felicidad a la sombra, entreteniendo su trayecto. Nuestra amiga estaba recostada en la tibia madera, embelesada con el paisaje que la envolvía. El río entonces desembocó en un mar tan verde como éste. La barquita se detuvo y su tripulante bajó. Se perdió y retomó su camino, hasta perderse en medio de una luz.  Dicen que esa luz era el mundo de la sombra, su mundo amado y reconfortante. También he oído que cargaba a sus espaldas un puñado de luz todos los días y se dirigía siempre por el mismo camino verde hacia el planeta tierra. Que emprendía ese trayecto todas las noches, para que la oscuridad no invadiera nuestro mundo multicolor. Que lo soltaba guardado en miles de mariposas que tras hacer su labor volvían volando al mundo brillante. Y así, al día siguiente, amanecía en nuestro planeta. Sólo me dijeron eso. Pero yo creo que oculto en ese regalo de nuestra amiga la sombra se encontraba otro. Cuando el sol sale cada mañana proyecta miles de sombras, de personas, de animales, de esculturas preciosas, de puentes, de palacios, o de simples casas. Estoy segura de que esas sombras vagan por los rincones de nuestra ciudad, los rincones más tristes y desolados. Que van a ver a los que necesitan un empujón para pintar su vida con un arcoíris. Que hacen llegar la luz a los espacios más pequeños, más ocultos, que la mirada de la sombra madre no puede alcanzar a ver, aunque sabe que existen.
Todas las sombras son fruto de un único hecho... la luz.


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