La belleza en los edificios de Cartagena


A veces vas por la calle y la belleza de los edificios  
no te deja escuchar las palabras de tu acompañante. Tu imaginación se va volando a mundos mágicos.

Casino de Cartagena

Imaginas horas de riqueza, lujo y diversión. Con hermosos balcones, puertas inmensas y
 barrotes que cuentan historias épicas y de terror.


La vaya que cerca el balcón principal parece estar formada por jarrones que imitan el torso
 de una mujer.


Y te imaginas en ellos con la persona amada rodeándote con su brazo, 
mientras contempláis las hermosas vistas y conversáis en silencio. Os acompasa el trino de los pájaros.


Por el día, la luz del sol os envuelve en esa "hora dorada" donde todo se vuelve más bello aún, hasta vuestras sonrisas. Por la noche, el resplandor de la luna dibuja en vuestro rostro líneas curvas llenas de amor. La luz de las farolas, con sus formas sinuosas, proyectan un claroscuro en el jardín que saca a relucir lo más romántico y misterioso de sus rincones y setos.


Los marcos y arcos de cada puerta o ventana encierran historias pasadas que se mezclan y se vuelven a reescribir con el paso de los años. Sus muros siempre serán los espías de la odisea de tu vida.


Los templos cercanos siempre te trajeron paz, y creaban un perfecto ambiente 
de intimidad e introspección, que te ayudaban a resolver tus dilemas en los momentos de desasosiego. 


Y salías de allí con alivio, como una persona nueva, después de consultar tus problemas 
con las columnas y estatuas que allí residían. El aire allí es fresco y algo húmedo, lo cual calmaba tu respiración.


Y cuando te disponías a irte sus habitantes parecían despedirse también recordándote 
que podías regresar siempre que quisieras.


Luego regresabas a tu día a día con tu amor. Y los edificios volvían 
a parecerte bellos y hermosos. Tus seres queridos retornaban a su inocencia y a su esplendorosa sonrisa.


La luz volvía a tostar vuestra piel en el balcón en los días veraniegos y la brisa acariciaba otra vez vuestras mejillas, 
mientras el pelo ondeaba al viento como un cendal flotante de leve bruma*.


Las sombras de los barrotes se transformaban en el suelo en criaturas maravillosas y 
en mensajes de amor, escritos en una lengua desconocida.


A veces te gustaba ver el mundo a través de esos barrotes. 
Te asomabas por sus espirales y agujeros como quien mira por un catalejo, para pintar la vida con tu propia realidad.


Y en las tardes soleadas acercabais el diván a la ventana y dormíais la siesta en un abrazo. 
El calor os sumergía en un dulce letargo.


A las flores con las que adornabais sus terrazas acudían abejas que llenaban 
el silencio con su zumbido. De fondo, en el exterior, se escuchaban las chicharras.  


Algunas estancias estaban ornamentadas con azulejos coloridos que representaban 
distintos motivos.  Y a menudo os entreteníais largo rato descifrando su significado e 
inventando historias sobre su origen. Pareciera que cada vez que pasabais por allí 
surgía en vuestra mente una nueva historia.


En ocasiones os sentíais como en una casa de muñecas. 
Los colores suaves, rosados y blancos evocaban momentos de ensueño
 de los que no era fácil salir.


Sus altos pisos os recordaban lo lejos que estaban vuestros pies del suelo, 
negándoos al abatimiento y al hastío de la sociedad. 


No te cansabas de hacer fotos y de plasmar con oleo o acuarela la belleza del lugar.


A veces ponías un folio junto a la pared y con un lápiz o carboncillo lo frotabas
hasta desvelar los relieves que se ocultaban.


Las columnas trenzadas te hablaban de unión y pasión.


Las puertas enrejadas hacían que tu corazón y los recuerdos de tus peripecias
se quedaran enganchados en ellas.


Te gustaba también ir de paseo para visitar las ruinas cercanas que guardaban historia y belleza.


Las cristaleras coloridas tintaban la atmósfera con una mágica presencia.



Hasta los lugares más antiguos y destartalados, como decía Azorín, 
te transmitían una especie de compasión embriagadora.


Las estancias deshabitadas, en su abandono, adquirían un encanto y quietud dignos de admirar.


Algunas incluso parecían tener su propio guardián que nunca las abandonaba 
y las cuidaba a su manera de la intemperie y los usurpadores.


Las manecillas de los relojes siempre te parecieron elegantes, marcando el tiempo 
con un paso solemne y altanero.


Las curvas de su arquitectura te hablan de emoción y del mar.




Del mar...



*Cita a Gustavo Adolfo Bécker, rima XV.

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