El negro iluminado

Esta vez os voy a contar una anécdota que me ocurrió hace dos o tres años. Me dirigí a mi escuela. Por el camino vi a tres chicos trabajando, junto a un camión, parecían repartidores de propaganda y revistas de muebles o algo similar. Creo recordar que llevaban camisetas rojas de manga corta y algo azul marino, no recuerdo qué. Eran una chica y dos muchachos, uno de ellos negro. Este último parecía simpático y jovial. Me quedé con esa imagen y me senté en el banco esperando a que el profesor llegase y abriese las puertas del edificio. Eran las diez o las once de la mañana y yo estaba un poco cansada y con pocas ganas de entrar a clase cuando, mirando hacia la izquierda, vi que se acercaba el negro caminando mientras cantaba y marcaba un baile alegre. Intenté mirarlo disimuladamente. Cuando él me vio debí de tener mala cara, o al menos eso percibió, pues dirigiéndose a mí empezó a decir:
¡No te preocupes, Jesús te quiere! ¡Él te cuida! No tienes que preocuparte porque Jesús te cuida ¡No te preocupes! ¡Jesús te cuida!
Y lo dijo una y otra vez mientras yo le agradecía sus palabras. Y se fue con el mismo ritmo guasón. En ese momento me quedé extrañada, pero risueña. No sabía si era verdad que Jesús me quería o me cuidaba, ni siquiera si me conocía acaso, pero reconozco que las frases de ese tipo resultan a menudo reconfortantes. 


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