Escribir y leer, una mirada especial hacia la vida

La literatura es uno de los mundos en los que me gusta sumergirme de vez en cuando. He vivido gratas experiencias y espero seguir viviéndolas. Disfruto leyendo algunos libros, aunque reconozco que no leo con demasiada frecuencia. Recuerdo grandes obras que me han influido y han ido moldeando mis fantasías. Viene a mi mente una autora que atrae mi atención por su forma amena de expresar las cosas, Isabel Allende. La conocí a través de La cuidad de las bestias, el primer libro de la trilogía de Alexander y Nadia, y me aventuré a continuar con El reino del dragón de oro y El bosque de los pigmeos. Te sumerges en la acción y en los viajes por los distintos lugares del mundo, te sumes en la fantasía de sus personajes y en el humor de algunos momentos. Alexander es algo torpe y despistado y Nadia, con su monito, es una niña muy inteligente que sabe muchas cosas sobre naturaleza; son unos buenos compañeros de viaje. Sin olvidar a la vieja Kate, de carácter fuerte y malhumorada, pero con un bonito corazón, como algunas personas que nos rodean. Más tarde me propuse seguir disfrutando con sus obras y comencé a leer La casa de los espíritus. Enseguida aprecié el encanto de Clara, una niña muy especial que podía comunicarse con los espíritus y tener premoniciones, entre otras cosas, y que tenía una hermana muy peculiar con el pelo verde, como una sirena, llamada Rosa. Además, Clara comenzó a ampliar su familia, con Blanca, su hija, con Alba, su nieta, con Barrabás, su perro negro que tanto recordaba al diablo, con Férula, triste y sumisa mujer afectada por el despotismo de su hermano, Esteban Trueba, quien se casó con Clara tras perder a su querida Rosa. También era enternecedora la Nana, tan humilde mujer, siempre dando su apoyo y ayudando a Clara. Es fascinante pensar cómo a través del libro podemos vivir toda una larga vida, la vida de los personajes, pasando por distintas generaciones, para después volver a la realidad, sin que apenas haya pasado el tiempo. Algo similar, aunque en un tiempo mucho más reducido, me pasó cuando sentí inquietud al camuflarme entre las paredes del edificio donde Ana Frank, tan dulce niña, que se refugió con su familia y otros compañeros huyendo de los nazis. Es curioso como llegamos a encariñarnos de un personaje, fruto de fantasías, pero muchas veces no nos damos cuenta de que en toda relación real hay algo de fantasía y quizá queremos a la gente por cómo nos imaginamos que es, o por la percepción ideal que tenemos de ella y no por cómo es en realidad. Incluso, pasa por mi cabeza aquella ocasión en la cual escribí un relato muy triste llamado La fruta envenenada. Tras terminarlo, me costaba trabajo no pensar en la desgracia de mis personajes, la de Verónica, la de Stella y la de Rubén. Guiada por el impulso, escribí una especie de continuación o segunda parte, no lo tengo del todo decidido, para aliviar la pena y terminar la historia dibujando en cada personaje una sonrisa simbólica. También recuerdo aquellas noches de verano en las que me gustaba leer al aire fresco del balcón, algunos libros como Drácula, de Bram Stoker. Una de esas noches, concentrada en la lectura, cuando algunos de los protagonistas se disponían a abrir la tumba de Lucy, sonó de repente la campana de la iglesia que hay en mi barrio, lo cual me sobresaltó un poco. Junto a Drácula, contemplé a otros inmundos. Recuerdo aquella vez que contemplaba cuatro libros y me di cuenta de que estaba rodeada de monstruos: Drácula, Mr. Hyde, El fantasma de la ópera y Frankestein, aunque algunos no son tan horribles. Frankestein es como aquella persona desgraciada cuya apariencia le hace ser rechazado y que, aun teniendo una gran corazón, acaba llenándose de odio y deseos de destrucción. Puede recordar a una persona con algún tipo de discapacidad visible para los demás, al igual que Erik, que por su deforme cara se escondía en las profundidades de la ópera de París, apoderándose de diversos pasadizos y haciendo del lugar su propia atracción llena de trampas. Guardan en común con el ya nombrado Esteban Trueba esa mezcla de fealdad, ira, destrucción, miedo y, aunque pueda extrañar, amabilidad y cariño. Fue más tarde cuando me dejé influir más profundamente por Azorín, Miguel Delibes y García Lorca, encontrando una pequeña parte de mí en La vida, de Eloy Sanchez Rosillo. Con La Casa de Bernarda Alba y Los Santos inocentes observé las características de la gente con pocos recursos económicos, inundada por la tradición el pueblo. Veía en algunos de sus personajes personas de mi entorno, más o menos incultas, o quizá con alguno de sus rasgos. La crueldad y rabia que puede contemplarse al final de ambas obras me estremecían y me hacían sentir de repente indefensa. Aunque todo esto pudo suavizarse en cierto modo cuando imaginé que algunos de estos personajes, los creados por Lorca, eran interpretados por algunas de mis compañeras de mi asociación lírica de zarzuela: mi compañera Teresa era la PonciaBernarda era escenificada por Juana y puede que alguna de las chiquillas estuviera representada por las más jóvenes de la asociación. Aparecía también mi compañera Mercedes, si mal no recuerdo, entre las mujeres de luto que invadían la casa al comienzo de la obra. Aquella parte de Eloy Sanchez Rosillo, que me recordaba a mí misma, era ese momento repentino en el que todo parece iluminarse, en el que una imagen, una calle o una puesta de sol, se hacen desveladoras, preciosas y llenas de alegría un instante, como un despertar, sentimiento que motivó a su vez la creación de este blog. Con Azorín me inundé de aquella visión embelesada de la vida, de la contemplación de lo bello en lo pobre y destartalado, del ensimismamiento, con la descripción de la realidad, aquel modo de acercarse poco a poco al centro de atención de la imagen. Un tiempo antes también influyó en mi la poesía Gustavo Adolfo Bécquer, con su manera delicada de describir a las mujeres. Es posible que estos libros me hayan ofrecido una imagen, poética desde mi punto de vista por su belleza y peculiaridad, de la vida de algunos españoles y sus costumbres. Aunque esto no sólo lo he visto en tales obras, también he podido apreciar cierta personalidad española en otras experiencias, como la contemplación e interpretación de zarzuelas, conociendo sus trajes regionales, como el de Madrid, el de Murcia, el de Aragón; estilos, danzas y cantes típicos, como la jota, las seguidillas, la romanza, la mazurca, el chotis, las salves, entre otras; fiestas, como la de Gigantes y Cabezudos o las berbenas madrileñas; las distintas hablas, como el madrileño castizo o el característico de Aragón, algunas normas de cortesía y moral distintas a las de la actualidad, como la de hablar de usted al padre y a la madre o que se perciba como atrevido que una mujer de dos besos a un hombre, o la mayor importancia de la religión católica en la vida cotidiana; la relación con América del sur en algunos estilos
musicales, como la habanera; o sumergiéndome un poco en la historia de España, sobre todo en la zarzuela Cádiz, ambientada en la Guerra de la Independencia. Aunque no me considero excesivamente patriota, sí que a través de estas experiencias he desarrollado aprecio a algunas características de la gente que me rodea, como la forma de hablar, el carácter cálido y animoso, las formas artísticas de expresión, como la poesía, el canto y la danza y, no esté mal decirlo, por las comidas típicas, aunque eso último he podido aprenderlo mejor en las fiestas de pueblo o las celebraciones con mi asociación lírica que en los libros. Además de todo esto, con Bécquer y sobre todo a través de algunos cantos típicos de aquí, como Suspiros de España y El Canto a Murcia, de La Parranda, he podido observar la importancia de la mujer en esta cultura, la belleza y la ternura con la cual se relaciona, aunque es posible que esta visión de la mujer esté muy presente en otras partes del mundo. Y este amor por las personas, por las descripciones y por el carácter que las envuelve es lo que yo sigo viviendo en el presente, de una forma personal, en una observación detallada, metafórica y endulzada de la vida. Estoy invadida por esa forma "especial" de ver la realidad, aquella forma de traspasar las cosas y quedarse con algo de la esencia, o de vivir una especie de magia en la percepción. Las metáforas aparecen solas, las nubes iluminadas por el sol naranja, a sus espaldas, se convierten en aquellos portavelas de sal blanca o rosada, que se iluminan al encender el fuego en su interior. Un movimiento con parsimonia se convierte en el andar de un títere, el cuidado y el respeto en una inclinación, la dulzura en una mirada y una sonrisa. Poesía. Pero ¿Qué es poesía? ¿Es una forma de sentir? Y en ese caso ¿Es lo mismo que el amor? Quién sabe ¿Siempre que hay amor hay poesía? No lo creo ¿Siempre que hay poesía hay amor? Es posible ¿Es la poesía como un corto o largo enamoramiento? Quizá se parezcan bastante. O como diría, seguramente, Eduard Punset ¿Qué pasa en nuestro cerebro y nuestro cuerpo cuando pensamos de forma poética? ¿Se ponen en acción los mismos neurotransmisores y sustancias que cuando estamos enamorados? Pero no entremos en materia biológica, que las ramas por las que nos podemos ir son muy largas y quién sabe cuándo volveríamos. Pero al menos sé que suele ser algo intenso, aunque a veces proporcione un gran sosiego, es una mezcla de tranquilidad y excitación. Es también una forma de fantasear, como decía Vargas Llosa, con aquello que deseamos, que no nos puede pasar,
de vivir algo que no sucederá más que en nuestra imaginación. Es la forma de plasmar aquellas emociones más ocultas que tememos contar, disfrutando de nuestra creación y ambientando la fantasía con todo detalle para aprovechar lo máximo de la misma, hacerla lo más realista posible, como los sueños, aunque estén cargados de gran surrealismo, sean lúcidos o no. Estas fantasías y la forma de pensarlas con palabras se hacen tan atractivas que eso te lleva al impulso de escribirlas, de usar el lenguaje verbal para crear sensaciones e imágenes, para conservar también el recuerdo y la identidad, pues, como decía Verónica  Forqué, en la película El tiempo de la felicidad, escribir sirve para conocerse a uno mismo. Aunque después de toda esta euforia he de reconocer que tampoco escribo con mucha frecuencia, reparto esta inspiración en otras facetas, como la música y las artes plásticas, y gran parte del tiempo, prefiero sólo fantasear aun sin plasmarlo de ninguna forma material. Ya lo decía Rosa Montero en La Loca de la casa, a veces los escritores tienen cierto miedo a escribir por si se pierde la magia de la fantasía, por si nos olvidamos de algunos detalles, o por si no podemos abarcar en un folio, todo lo que queremos escribir.
A veces podemos sentirnos invadidos por el amor y entristecernos al saber que ese amor no es correspondido, pero siempre nos quedará el consuelo de haber escrito algunas hermosas poesías que nos permitan recordar esos sentimientos tan intensos en nuestro futuro, y poder disfrutar de ellos, incluso, riéndonos.

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